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Mi odisea comenzó en el preciso instante en el que abrí los ojos, por culpa de unos temblores que se sucedían sin cesar. No puedo decir que lo peor fuera la sensación de ver mi nuevo cuerpo; fue precisamente la ausencia de sensaciones... humanas. Estaba tendido en una camilla y sentía el calor de la vida humana recorriendo todos los miembros de mi cuerpo, pero de una forma eléctrica, no sosegada y constante como es normal entre los humanos. Una mera mirada a mi cuerpo bastó para comprender que muchas cosas habían pasado desde la última vez que perdí la consciencia. Asqueado, furioso y asustado al mismo tiempo, arremetí contra el robot que me atosigaba e inducía a someterme. Sentir la nueva potencia de mis brazos férreos sobre un vil blindaje descargó todo mi coraje, y no me sentí relajado hasta que vi impactar al robot contra la barrera de energía. A continuación, mi mente metálica me proporcionó la idea de tomar del suelo un trozo de carne y un diario, que leí ávidamente para saber algo más de información. Esto fue mucho más doloroso de lo que pensaba, pues no sabía con certeza si yo era el mismo tipo que había escrito tal cosa. Dejé de pensar en aquello y, en un momento que la barrera de energía, ahora estropeada, dejó de funcionar, conseguí la ansiada libertad. Necio fui, pues aquello sólo era un preámbulo de lo que tenía que hacer para escapar.

Me encontré fuera con otras tres celdas idénticas a la mía, de las cuales yo podía de momento acceder a dos: a la mía propia, y a otra con un ser azul dentro. Fuera de su celda, su brazo cortado demostraba lo peligroso que eran las barreras de energía. Cogí su brazo y lo dejé cerca de una enorme puerta cerrada; después, me encaminé y entré en su celda. Barboteando barbaridades, el ser azul intentó atacarme, pero se quedó parado cuando dejé el trozo de carne en el suelo. Mientras, yo me hice con una foto de una curiosa mujer, un tenedor y un diario electrónico parecido al mío. Al examinarlo, fuera de la celda por razones de seguridad, descubrí que el prisionero se trataba del Capitán Caynan, encerrado por traición contra su raza, los Mondites. Como castigo a su traición, el Capitán Caynan había sido también expuesto a una operación quirúrgica, pero fallida de algún modo. Mi siguiente pensamiento cibernético fue abrir una gran compuerta, donde había dejado el brazo del pobre prisionero. Primero lo intenté por la fuerza, lo que averió el circuito de la compuerta. Abrí dicho circuito con ayuda del tenedor, y conecté de nuevo el sistema uniendo un circuito de color azul. Aquello me permitió poder completar mi tarea, y entrar en la siguiente sala.

Esta sala parecía ser algún tipo de puente de mando, una sala de guardia. Dentro, y observando unas terminales al fondo, pude desconectar la barrera de energía de otra celda. Me dirigí rápidamente allí donde me hice con una flauta y otro diario electrónico, el cual examiné enseguida. Pertenecía a un tal Dane, que había sido atacado en su propia nave en una expedición, y fue el tipo por el que Caynan arriesgó su vida. Hablaba también de un tal Dr. Mastaba. Averigüé, además, un código de salida. Volví a la anterior sala y, gracias a un terminal, reparé todo el sistema que podía ser reparado. En otra terminal, recabé información sobre la posición de guardianes, científicos y demás personal. Por último, en la siguiente terminal pude hacerme con el control de un robot como el que yo había destruido. Gracias a éste, recogí el brazo del desafortunado Caynan y lo depósito en un reconocimiento de huellas dactilares. Mientras, yo en la terminal activé el código de salida el código del Capitán Caynan, pudiendo abrir la siguiente puerta. Antes de marcharme, desactivé la alarma pulsando un botón rojo en un lateral de la sala. Puse mi peso en una especie de plataforma y la puerta se abrió.

Tras atravesarla, corrí sin parar hasta ocultarme en un hueco fuera del ascensor. El robot guía no me detectó y, cuando pasó de largo, marché corriendo hasta una sala situada en el lado opuesto. Esta sala parecía un centro de hibernación criogénica. Me fijé en que una de las cámaras estaba abierta, y que el sujeto que allí estaba había desaparecido. Me acerqué al fondo donde encontré un botón rojo que había una escotilla, el cual pulsé. Luego, hice girar una rueda para descargar algo de líquido criogénico abajo. Esto, desestabilizó el sistema de congelación, y todo se vino al garete. Giré de nuevo la rueda y cerré la escotilla. Rápidamente, examiné un panel donde venían los individuos en estado de hibernación, por si acaso; aunque de repente de una de las cámaras salió un dinosaurio, mezclado con avances tecnológicos, que vio en mí un nutritivo alimento. Le esperé hasta que estuvo encima de la escotilla y, entonces, comencé a atacarle hasta que cayó. Derrumbado, pero no muerto, pulsé de nuevo el botón para abrir la escotilla y el enemigo bajó. Se escuchaban abajo ruidos de animales, así que giré la rueda para congelar al dinosaurio y a su amigo. Después, apagué la circulación del fluido y bajé abajo. En esta especie de sótano, continué por el puente hasta el fondo, donde hallé tres agujeros. Me metí por uno a la derecha y acabé en una celda por la que me hubiera sido imposible entrar por otro lugar, donde además había un guardia. Tuve que acabar con él para poder hacerme con un Arma Blaster, de poca potencia. Volví de nuevo a la sala de hibernación y, desde aquí, regresé corriendo, abrí el ascensor y me metí en él. Me cubrí en una pared. Los disparos del Arma Blaster rebotaban contra las paredes del ascensor, lo cual me fue muy útil para destruir al robot guía sin recibir yo ningún daño.

Ya en el ascensor, subí al primer piso donde tuve que destruir bastantes unidades robóticas de ataque. Destruí todas y me encaminé hacia el fondo de esta sala, donde me encontré, según mis datos, con el guardia Roland. Le tuve que golpear un par de veces para que accediera a activar el cañón. Me hice con el cañón y destruí, con muchos disparos, dos naves Mondites: una cargada de marines hasta arriba, y otra que intentó destruir el centro de mando. Me marché cuando me di cuenta de que Roland vivía, así que pensé un momento. Todavía existía un corazón dentro de mí, y dejé vivo a Roland.

Bajé con el ascensor hasta el cuarto piso, donde, en una sala oscura, apareció de repente un robot guía. Pero disparaba lentamente, así que no fue difícil de eliminar a base de Arma Blaster. Fui con el ascensor al tercer piso, donde tuve que destruir, gracias a las paredes del ascensor, a otro robot guía que quería amargarme el día. Destruida tal amenaza, avancé hasta una sala que parecía un quirófano donde el Dr. Mastaba estaba, y se apoderó de mí por medio de un control. Allí también estaba Dane. Tras hablarme de sus experimentos, mandó traer a un guardia al que, sin yo quererlo, asesiné por orden del Dr. Mastaba. Tras esto, me habló de Dane quien, en un último soplo de consciencia, destruyó el control del Dr. Mastaba con su brazo cibernético. Perdí el conocimiento.

Me desperté poco después, pero de Mastaba ni rastro, ni tampoco de mi Arma Blaster. Me acerqué a ver como estaba Dane, quien me suplicó que acabara con su vida. Le quité su batería de un lateral, y la intercambié por la mía. Por allí cerca, también encontré un equipo médico que repararía mi cuerpo vital en caso de emergencia. Intenté averiguar algo de los terminales, pero no conseguí gran cosa pues algunos datos estaban clasificados. Abandoné el quirófano y encontré la Sala de Control de la estación. Allí mismo, había un guardia que me acusaba de ser el causante del fallo del reactor y de matar a todos sus compañeros. Como no atendía a razones, no me dejó otra forma y tuve que matarle. Recogí su diario electrónico, donde encontré como desactivar un sistema de acceso. En una zona cercana al guardia muerto, una máquina me puso un traje presurizado muy útil. Salí un momento fuera con el nuevo traje, y en un pasillo me encontré con un guardia que me explicó que un robot de seguridad estaba en el reactor, y que no me reconocería y acabaría conmigo. Su Arma Blaster me dejó asombrado y, de repente, una fuerza en mi interior que matarle. Así lo hice. Cogí su Arma Blaster y regresé a la Sala de Control y encendí un terminal que hablaba del proyecto Ícaro. Tras revisar todos los datos, y memorizarlos con atención, accedí al hangar donde estaba la tal nave. Allí, un guardia, atendiendo a las órdenes del Dr. Mastaba, intentó detenerme. El fanático Mondite tuvo la recompensa merecida por su actitud, la muerte. Me hice con su intercomunicador y un cubo blanco alienígena, y descubrí que la batería del Ícaro estaba bastante baja. Cogí esa batería y la cambié por la que tenía en el cuerpo, acto seguido dejé la mía en el suelo cerca de la aeronave. Regresé a la Sala de Control.

Utilicé todos los terminales en esa sala para conseguir información, el código del reactor y, usando un vetusto pero útil robot de carga, tirar al vacío el robot de seguridad de la Sala del Reactor. Regresé a la Sala del Reactor y, al fondo, pude ver a un alienígena, al que disparé unos cuantos tiros con el Arma Blaster. Usé el puente para acceder al otro lado, e hice que el alienígena me siguiera de regreso y, cuando él estaba cruzando, desactivé el puente. Lo volví a activar y desconecté los dos tubos paralelos, para luego introducir el código del reactor en una terminal y subir dichos tubos. Por poco no lo cuento.

Fue entonces cuando recibí un mensaje de la Dra. Escher, la cual pedía ayuda porque Mastaba la había herido y dejada abandonada en una excavación. Rápidamente bajé al tercer piso, donde había formado una bonita hoguera con un robot guía, y me dispuse a ir a la siguiente sala. El sistema de acceso era fácil de reventar, así que encendí todos los cuadros azules menos el del centro. Tomé un ascensor y avancé, esquivando los disparos de unos robots, hasta caer a un cuadrado negro, oscuro. Avancé por ellos y, cuando no podía porque mi vida peligraba, usaba el cubo blanco. Llegué así hasta la nave Mondite que había derribado, desde la cual pude ver a un enorme monstruo del cual ya leí en una terminal de la Dra. Escher. Pasé de él y me introduje en el interior de la nave. Todos sus tripulantes habían muerto, todos excepto el capitán. Salió dispuesto a hacerme morder el polvo, con su fanatismo Mondite por delante, y yo hice de él un cadáver. Dejé mi Arma Blaster y me hice con su Arma Tonfa, y con una llave electrónica; y con ella abrí la puerta del fondo y accedí al sistema de armas. Vi como se aproximaba el monstruo del lago de ácido, así que disparé una primera carga para que se mosqueara, y después una segunda, cuando ya estuvo allí, para matarle. Salí afuera y dejé mi Arma Tonfa junto a la nave. Me hice con una bomba del suelo, ¡activa!, y corrí hacia un nuevo cubo negro, pasando por encima del monstruo, y salí de nuevo a los pasillos, girando a la izquierda hacia una entrada donde dejé la bomba. Salí afuera para que la carga no me alcanzara y, antes de internarme por allí, regresé a la nave Mondite para recoger mi Arma Tonfa.

El problema principal del Arma Tonfa es que se calienta con facilidad tras unos disparos, y hay que esperar un tiempo hasta poder disparar otra vez. Sabiendo esto, me adentré por la puerta destruida y, tras entrar en una cámara que me quitó mi traje, encontré a una mujer acosada por un dichoso alienígena. Le maté y dialogué algo con la mujer, que resultó ser la Dra. Escher. La ayudé algo con mi equipo médico y ella me dio su traductor. Seguí hasta la siguiente sala donde salió de la pared el alien que creí haber matado en la Sala del Reactor, y que esta vez golpeé con toda mi fuerza, aunque no logré derribarlo y huyó. Yo, mientras, me dediqué a abrir la puerta de un sarcófago donde encontré otro puzzle para mis neuronas. La solución estaba en que debía hacer coincidir el color del rombo superior con el del inferior. Así, logré hacerme con un extraño talismán alienígena.

Cuando volví donde la Dra. Escher pude descubrir como el alien escapaba por un agujero. Introduje mi talismán por el agujero y activé dicho agujero, el cual me llevó a una sala de control. Allí, activé el panel central y pulsé los botones 4, 5 y 8 numerándolos de izquierda a derecha y de arriba abajo, sin tener en cuenta el del centro que es el de confirmación. Me metí por el nuevo agujero abierto y llegué a una extraña sala sin gravedad. Ayudándome de mi Arma Tonfa, logré entrar por el agujero opuesto por el que había entrado. Llegué así a una sala con suelo de cristal, desde la cual se contemplaba la hermosa ciudad de los Phyxx. De repente salió el alien, aunque esta vez con una especie de armadura reflectante, que hacía el mismo juego con unos espejos: reflejarlo todo. Teniendo cuidado con el suelo, conseguí, tras muchos impactos, hacerle caer. Cogí un cubo reflectante y atravesé la puerta de energía del fondo. Llegué así a otra terminal, donde usé los botones para llenar todos los huecos vacíos los colores indicaban direcciones, pero algunas las tomaban en sentido contrario. Resuelta la dichosa prueba, recibí la visita inesperada del patriarca de los Phyxx, Gen. Gen me advirtió sobre todo lo que debía hacer para sacar al Ícaro, quitar unos asteroides de una sala, y sobre la situación del reactor. Además, Gen me entregó una nueva batería con la que poder cargar un arma poderosa de mi cuerpo, así pues dejé mi Arma Tonfa y cargué dicho artefacto al poner en mi cuerpo la batería. Dejé la otra tirada en el suelo y salí a la sala principal.

Por aquí, pulsé los botones 3 y 4 para llegar por el tubo al anillo de gravedad. Usando las flechas del suelo, desde la del fondo hasta la más cercana, conseguí alinear los anillos con un borde azul mirando hacia mí. Logré liberar así los asteroides y volví de nuevo a la sala principal.

Utilicé esta vez la combinación de botones 3, 4 y 8 para activar el último que quedaba, pero no lograba entrar en él. Miré un panel cercano y vi como dos marines examinaban, a las órdenes del Dr. Mastaba, todo aquél lugar. Gracias a los botones, elevé una esfera cercana y, cuando el marine se dispuse a mirar dentro, bajé la esfera provocándole una muerte horrible. Levanté de nuevo la esfera, pero el otro marine, de manera improvisada, lanzó una granada hasta donde yo me encontraba. Yo, con una velocidad de vértigo, la cogí y la tiré por donde había entrado, provocando la muerte del segundo marine. Regresé a ver como estaba la Dra. Escher, pero había desaparecido, seguramente, a manos de los marines Mondites. Cerca de allí, destruí otro alienígena pesado y me hice con un diario electrónico que me dio un código nuevo, con el cual podría saber mi verdadera identidad. Volví a la sala principal, usé la armadura reflectante y me metí por el único tubo no visitado. Dos marines muertos yacían allí, así que me dispuse a traducir las cuatro paredes. Tras esto, volví a la plataforma.

Corrí y dos marines intentaron detenerme por órdenes de Mastaba, mas no lo consiguieron porque corrí como un demonio. Incluso esquivé unos disparos de la nave de Mastaba, quien después me dijo que haría experimentos con la Dra. Escher. Huyó, y yo pensé en seguirle, así que tomé el ascensor y, arriba, un marine intentó hacerme frente. Con mi nueva arma nadie podía vencerme, y así lo demostré. Me hice con el diario del marine fallecido y pude resolver el sistema de acceso de la puerta debía de poner encendidos los tres cuadros de arriba y los tres cuadros de abajo. Salí al tercer piso y entré en el quirófano. Introduje el código en los terminales y supe mi verdadera identidad, aunque de qué me serviría si ya no era aquél tipo, ni lo volvería a ser.

Me fui hasta el hangar del Ícaro, en el cual cogí mi vieja batería del suelo y la intercambié con la que tenía en mi cuerpo. La puse en el Ícaro y salí despegando la nave seguido de los Phyxx supervivientes. Todo aquello me llevó al espacio en busca de Mastaba, pero no os aburriré ahora con esa otra historia...