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The City Of Lost Children


En la ciudad, los niños están desapareciendo y la tristeza y el desconcierto invaden el corazón de sus padres. Todo un misterio que Miette te ayudará a resolver.

La Trama

Estaban ocurriendo extraños fenómenos en la ciudad. Durante el día se intentaba vivir con normalidad, pero de noche sus calles se llenaban de extrañas furgonetas conducidas por siniestros y desconocidos personajes. Muchos niños desaparecían a esas horas, dejando la desesperación a sus padres. Pero, en el orfanato todavía quedaban niños. Uno de ellos era Miette, extremadamente lista y rápida para sus doce años. Se comportaba con una frialdad fuera de lo común, aunque en su interior anhelaba todas las cosas que un niño puede necesitar. A ella y a sus compañeros se les obligaba a delinquir constantemente para el beneficio de la directora del centro, Pieuvre, una mujer sin conciencia.

La Cabaña del Cajero

Definitivamente el destino podía ser muy retorcido. A decir verdad, Pieuvre, la directora, eran dos personajes en uno, dos hermanas siamesas que lo compartían todo, incluso su curioso sentido de la maldad. Eran ellas quienes daban a Miette las instrucciones para ejecutar la que iba a ser su próxima fechoría –que no sería la última–. Esta vez le tocaba al cajero que tenía una cabaña cerca de los muelles. A Miette no le gustaba la idea, pero sabía que el castigo por no obedecer era el sótano. Escuchó atentamente las indicaciones –había aprendido a escucharlo todo y a callar pacientemente, para aprender mucho más del resto de la gente–. Aunque nada convencida, prefirió ahorrarse el sótano y obedecer a Pieuvre, no sin antes recoger algunas cosas: una esponja y una bolsa de canicas.

Una vez en la calle, Pelade, un viejo
–con una reputación más sucia que el sistema de alcantarillado de la ciudad que trabajaba para Pieuvre, le dio la llave de la cabaña del cajero. Miette emprendió tranquilamente la marcha por misteriosos callejones llenos de tramos de largas escaleras. Se equivocó de camino, lo que propició que encontrara un cepillo que sería muy útil. Tras volver sobre sus pasos eligió la ruta correcta y encontró la cabaña que custodiaba el sereno del embarcadero quien, por supuesto, no iba a dejarla entrar. Miette la ignoró y éste la encerró.

Dentro, descubrió que no estaba sola, un vagabundo pegado a su botella estaba diciendo cosas sin sentido. Miette debía de salir como fuera, pero la puerta tenía un mecanismo eléctrico de apertura y la corriente no llegaba al circuito de alimentación. Sus recién adquiridos conocimientos de electricidad la permitieron manipular la caja de fusibles que estaba encima de unas cajas, subiéndose a ellas y encendiendo la corriente. De todas maneras, no había forma de entrar en la cabaña mientras el sereno estuviera allí. Caminó durante horas en los muelles en busca de una solución y lo único que encontró fue una triste barra de hierro, una botella vacía y un hueso. Una vez en el faro y cargada de mal humor la lanzó a un cuadro eléctrico provocando un cortocircuito. Si la pillaban lo pagaría muy caro. Decidió esconderse detrás de unos barriles por si alguien iba a investigar. Efectivamente, el sereno se acercó a ver y Miette aprovechó para volver a la cabaña y entrar.

En la cabaña no había gran cosa, un armario electrificado que daba descargas de 380 voltios y una caja registradora que controlaba la corriente. Miette se las arregló para desconectarla con ayuda del cepillo, el cual puso para atrancar la caja registradora, y robar el dinero. Lamentablemente, activó una alarma y el sereno apareció y la detuvo. Parecía que todo había terminado, pero por suerte One, yo, un forzudo que trabajaba en un circo y que estaba buscando a mi hermano pequeño, la ayudé a escapar.

El Prestamista Avaricioso

Tal como Miette sospechaba, su única recompensa era volver a delinquir. Esta vez, tenía que robar en casa de un prestamista que vivía en el otro extremo de la ciudad donde sólo se llegaba desde una puerta al final del callejón, que siempre estaba cerrada. Pensando en como conseguir la llave, Miette decidió visitar a su vecino, un alquimista. Tal vez, él podría ayudarla. Miette le extrajo un poco de información sobre el prestamista y consiguió una poción somnífera que éste preparaba, a cambio de las canicas. En esa misma habitación, Miette cogió un muslo de pollo.

En el callejón estaba el viejo Pelade, que tenía la llave de la casa del prestamista, pero pedírsela era inútil. Miette consiguió dormirlo con ayuda de la poción somnífera. Miette le registró, sin encontrar evidencia alguna de la llave, así que se fijó en un curioso cesto. Lo atrajo para si misma con una cuerda y, dentro del cesto, halló una salchicha y el pomo de la puerta de la casa de Pelade, subiendo las escaleras. Sólo quedaba distraer al perro guardián para que no ladrara advirtiendo a Pelade. Tranquilizado el perro con el hueso, Miette entró. Allí encendió la luz y, debajo de la cama, encontró la ansiada llave.

La casa del prestamista estaba vigilada por un siniestro personaje miembro de un grupo conocido como los cíclopes porque, aunque ciegos, llevaban incorporado un artefacto que les permitía ver con un mínimo de claridad. Había que dejarlos fuera de combate, y estos cíclopes no soportaban ningún sonido elevado o estridente. Miette necesitaba algo metálico. Quizás ese hombre que arreglaba su camión podía ayudarla. Con habilidad, le quitó unos alicates para apoderarse de una campana que colgaba de una pared. El sonido de la campana hizo enloquecer al cíclope, que acabó cayéndose al agua.

La niña consiguió en la lujosa casa, y encontró dos cajas fuertes, una muy grande y otra minúscula, que podían tener alguna relación
–quizás una sirviera para abrir la otra–. Tras varios intentos Miette consiguió abrir la caja fuerte poniendo la pequeña en una balanza, pudiendo así coger el magnífico diamante que había dentro. Decidida a escapar, la niña no se dio cuenta de que al otro lado de la puerta la esperaban dos cíclopes que la golpearon y la arrojaron al mar. Salir de una situación así era muy complicado de no ser por...

En el Fondo del Mar

... un buzo loco que habitaba con su submarino en el fondo del canal y que la recogió. Cuando despertó Miette, se dio cuenta de su situación, así que decidió actuar. Exploró el lugar hasta llegar a una sala con un periscopio, que consiguió bajar con ayuda de un trozo de madera en unas palancas. Miette fue a ver por el periscopio, viendo el lugar de destino de los niños perdidos. Esto olía mal y Miette lo sabía, y decidida habló con el buzo que deliraba en la cama, contando la historia de Krank y el porqué de las desapariciones de los niños. Miette cogió la llave de la estantería y abandonó el submarino.

Fuera del submarino, Miette encontró un encendedor en unas vigas y una valla metálica, que la impedía el paso. La niña la superó sin dificultad subiéndose a unas cajas. Después, tras pasar la valla, Miette halló unas tijeras y una vela, además de ver un misterioso paquete colgado de una cuerda. Aquello tenía trampa, seguro, así que Miette usó la vela, encendida con el mechero, en la cuerda para que esta se quemara y soltara el paquete. Inmediatamente después de que se cayera el paquete, Miette se escondió detrás de la puerta del patio. Salió de la casa una mujer al oír el estruendo que provocó el paquete, y Miette aprovechó para entrar y encontrarse conmigo, que escuche atentamente la historia de los niños perdidos entre los que, seguramente, estaría mi hermano.

Tatuajes Chinos

Yo me fui a preparar mi barcaza, mientras Miette salió por detrás. Por ese camino, Miette se encontró con un marinero que pintaba su barco, de quien cogió una de sus brochas impregnada en pintura. Subiendo por unas escaleras, Miette halló unas basuras entre las que había una lata y un spray. Allí se encontraba un viejo tatuador chino, quien tenía el mapa de la plataforma petrolífera.

Miette bajó a los embarcaderos donde un guardia la impidió el paso, y al cual superó con su astucia y con la brocha. En el muelle se hallaba un pescador absorto en el mar y en sus peces, que dio a Miette una valiosa información a cambio de un objeto que ella tenía. Siguiendo el consejo del pescador, Miette aflojó un tornillo de la tienda del tatuador y cogió el mapa. Con el mapa en la mano, la informé de que me era imposible navegar sin una brújula. Miette, siempre atenta, se fue encontrando, primero, un palo largo. Miette se fue hacia el domador de pulgas, quien tenía una brújula. No era un momento para pedir objetos, así que la niña derribó el bote con el palo y luego tocó el organillo, deshaciéndose así del domador. Spray en mano, Miette pudo recoger la brújula.

Miette, segura de si misma, me entregó la brújula y el mapa con el cual fuimos a la plataforma. Una vez en la plataforma, tuvimos escasos segundos para liberar a los niños y ponerlos a salvo, antes de que los explosivos del buzo, concienciado con la terrible amenaza, destruyan por completo la plataforma.