PRIMER DÍA.
Nada más llegar a la abadía, el abad nos recibió cordialmente
y a continuación comenzó el relato de los extraños sucesos que desde hacía
algún tiempo asolaban la abadía. Cuando hubo
terminado nos indicó cuales eran nuestros aposentos. Le seguimos
inmediatamente, ya que conocíamos las estrictas reglas por la que se regía la
comunidad, que obligaba a todos los monjes a cumplir sin dilaciones las ordenes
del abad (si no obedecemos inmediatamente todas las órdenes, se nos irán
descontando puntos y cuando el contador llegue a cero seremos expulsados de la
abadía). Cansados por el largo viaje, decidimos descansar en cuanto el abad nos
dejó solos. Repentinamente el sonido de unas campanas nos indicó que había
llegado el momento de la oración. Rápidamente nos dirigimos a la iglesia (has
de seguir a Adzo ya que conoce el camino que lleva a la iglesia). Seguí a Azdo
y en unos pocos instantes nos encontrábamos en el interior de la iglesia. Una
vez en el interior, debíamos colocarnos en un punto exacto, me coloque dos
baldosas por delante de Azdo (deja que se coloque el primero), mirando hacia el
altar y en su misma línea, ya que de lo contrario el abad nos sancionará.
Esperamos hasta que llegaron el resto de los monjes. Mientras pudimos observar
el sistema de control de la abadía, y como uno de los monjes recorría zonas de
la abadía desconocidas para nosotros. También comprobamos que al llegar a la
cocina éste desaparecía y aparecía, instantes después, en la iglesia por detrás
del altar. Al terminar la misa nos dirigimos a nuestra celda. Debíamos de
llegar a la celda, antes de que lo hiciera el abad, pues de lo contrario
seríamos sancionados. Azdo me
preguntó si podíamos dormir y yo le autoricé a ello. De esta manera transcurrió nuestro primer día en la abadía.
preguntó si podíamos dormir y yo le autoricé a ello. De esta manera transcurrió nuestro primer día en la abadía.
SEGUNDO DÍA.
Sigilosamente alguien entró en nuestro aposento,
mientras dormíamos, y se apoderó de mis gafas (solo podrás recuperarlas cuando
pasen varios días). Nuevamente el sonido de las campanas nos despertó y como el
día anterior, ambos nos dirigimos a la iglesia para la oración, situándonos en
el mismo lugar donde lo hicimos anteriormente. Durante nuestra estancia en la
abadía, esta acción se repetía diariamente, todas las mañanas (siempre debemos
colocarnos en la misma posición). Todo estaba preparado para el sermón, cuando
el abad anunció el descubrimiento del cadáver de Berengario, uno de los
traductores de la abadía. Pocos instantes después, el abad nos llamó y
escuchamos atentamente sus palabras. Aprovechamos el breve descanso de la hora
tercia para recorrer la abadía y memorizar todas las localizaciones de las
estancias. Nuestra excursión nos condujo a la biblioteca, donde encontramos y
recogimos una llave que posteriormente nos serviría para abrir el pasadizo
secreto que debíamos de recorrer por la noche, ya que estaba prohibido acceder
a él. La llave estaba custodiada por el bibliotecario, pero yo, haciendo uso de
la astucia le distraje, colocándome cerca de la barandilla del patio, mirando
hacia otro lado, y guiando a Adzo para que por detrás de la mesa se dirigiera
al lugar donde estaba la llave. Con la llave en nuestro poder nos dirigimos al
comedor. Por el camino observamos un curioso pergamino y un libro encima de un
escritorio, pero no pudimos cogerlos ya que estaban vigilados. Llegamos al
comedor. Allí, yo debía colocarme junto a la segunda columna por la izquierda
(este punto te supondrá un gran desgaste de energía de tu contador, ya que
mientras no consigas encontrar el lugar exacto, este descenderá rápidamente).
Después de comer, nos dirigimos hacia la cocina donde encontramos una de las
dos entradas del pasadizo secreto. Pero rápidamente las campanas nos hicieron
regresar a la iglesia. Después regresamos a nuestra celda. Adzo quería dormir,
pero yo me negué ya que debíamos proseguir nuestras investigaciones. Corríamos
el riesgo de que el abad nos sorprendiera fuera de nuestros aposentos, pero
merecía la pena que nos arriesgáramos.
TERCER DÍA.
Rápidamente nos encaminamos hacia la puerta
secreta que se encontraba en la habitación posterior al altar, por la que unos
días antes había aparecido el monje mientras esperábamos la llegada del resto
de los monjes para la oración. Entramos por ella y misteriosamente aparecimos
detrás de la chimenea de la cocina. Esta era la única forma de llegar a la
biblioteca, ya que por las noches todas las puertas permanecían cerradas.
Subimos a la biblioteca y buscamos el pergamino y el libro que habíamos visto
el día anterior. En el escritorio estaba el pergamino que cogimos y comprobamos
que el libro había desaparecido. Regresamos a la celda rápidamente. Para que el
abad no nos sorprendiera, decidimos aguardar hasta que amaneciera en la puerta
del pasadizo, esta debía quedarse abierta para que pudiéramos ocultarnos. Nos
dirigimos hacia la iglesia. El abad sin ocultar su preocupación
nos comunicó la desaparición del ayudante del bibliotecario. Al terminar la
oración, el abad nos presentó al más anciano de los monjes, Jorge. Este nos
habló de la presencia del anticristo en la abadía. Adzo y yo, después de ir al
comedor y obedecer así las órdenes del abad, nos dirigimos a la cocina. Allí
recogimos la lámpara de aceite imprescindible para la excursión nocturna.
CUARTO DÍA.
Dispuestos a investigar la localización del
laberinto, decidimos no dormir. Esta primera visita nos permitió aprender a
guiarse por él. Asistimos a los oficios como cada día. El abad nos comunicó la
aparición del cadáver del ayudante del bibliotecario, así como la presencia
inminente de Bernardo Güi, el comisario del Papa. El abad preocupado decidió
postergar la investigación, pero yo decidí hacer caso omiso a las
recomendaciones del abad. Adzo y yo nos dirigimos a la biblioteca, por el
camino nos encontramos al monje encargado del herbolario, quien nos informó del
resultado de la autopsia practicada en el cadáver. Lo más destacado de su
informe era la aparición de unas manchas en la lengua y en los dedos. Bernardo
Güi llegó a la abadía. Tras reponer energía en el comedor, Bernardo haciendo
uso de los poderes que el abad le había otorgado, me exigió el pergamino para
examinarlo.
QUINTO DÍA.
Por la noche, proseguimos nuestras
investigaciones y encontramos una llave olvidada por el abad junto al altar. La
recogimos y regresamos rápidamente a la celda para no ser sorprendidos. El
padre herbolario dispuesto a colaborar conmigo, me comunicó la aparición de un
extraño libro en su escritorio. Por fin habíamos encontrado el libro. Mientras
el abad me entretenía, el bibliotecario mató al herbolario y le encerró en su
habitación con su propia llave. El libro desapareció nuevamente. Todo estaba
dispuesto para comer, cuando el abad y yo nos dimos cuenta de que el hermano
herbolario no había acudido a la cita diaria. Nos dirigimos a su celda y
encontramos el cadáver. Mientras tanto, el bibliotecario aprovechando la
conmoción general escondió el libro en la habitación secreta del laberinto. El
bibliotecario decidió ojear el libro. Moribundo consiguió llegar a la iglesia,
pero por el camino perdió mis lentes y las llaves robadas. Una vez en la
capilla pronunció sus últimas palabras, muriendo a los pocos segundos.
SEXTO DÍA.
Adzo y yo decidimos continuar nuestras
investigaciones. Al llegar a la biblioteca, sobre un escritorio, encontramos la llave perdida y en el torreón Nor-oeste del
laberinto las lentes. Con estos objetos en nuestro poder regresamos a la celda,
sin olvidar recoger la lámpara de aceite, como todos los días. Después de la
oración, el abad nos comunicó que debíamos abandonar la abadía al día siguiente. Continuamos investigando y nuestras
pesquisas nos condujeron a la habitación del padre herbolario, conde
encontramos unos guantes que cogimos para utilizarlos más tarde. Utilizando la
llave que el abad dejó olvidada en el altar, Adzo y yo llegamos a la celda de
éste. Allí recuperamos el manuscrito que contenía la clave para atravesar el
espejo del laberinto que encerraba la habitación secreta.
SÉPTIMO DÍA.
Con la lámpara de aceite, recargada, nos
encaminamos hacia la habitación secreta. Al llegar encontramos el espejo. Nos
situamos lo más cerca posible de él, en las escaleras del centro y recordamos
la leyenda del manuscrito. La clave se encontraba en la primera y última letra
de la palabra QUATOR. Pulsamos la Q y la R y el espejo desapareció. En la
estancia encontramos a Jorge, el anciano monje ciego. Este nos dijo: Tomad,
aquí esta vuestro premio, os estaba esperando. Yo cogí el libro y escuché
atentamente la historia sobre él, que me contó el anciano. Era un libro de
Aristóteles prohibido durante años. Antes de ojearlo, y por precaución, me puse
los guantes y procedí a leerlo. Ahora lo comprendo todo, sus páginas estaban
envenenadas y cuando alguien utilizaba el pulgar humedecido para pasar las
hojas, el veneno acababa con la curiosidad del lector. El anciano ciego
desapareció por la puerta, rápidamente corrimos detrás de él para no perderla
de vista y entonces... sucedió la catástrofe.